lunes, 7 de julio de 2014

BASIC cumple 50 años

En 2014 se cumplen una cantidad importante de aniversarios. Este es el primero de una serie de artículos dedicados a recordarlos. Si os gustan las batallitas o queréis saber cómo era la informática antes, estad atentos.

Allá por los primeros años 60, la informática era muy diferente. Estaban comenzando a aparecer los primeros sistemas de tiempo compartido, que permitían a varios usuarios (decenas, incluso centenares) usar a la vez el mismo ordenador, mediante teletipos (algo así como una impresora con un teclado) o terminales. Pero había un problema: en la época no había software genérico, y cada usuario debía preparar sus programas.

Para facilitar esa tarea, John G. Kemeny y Thomas E. Kurtz decidieron diseñar un nuevo lenguaje de programación. Debería ser sencillo de aprender, de propósito general y permitir crear y ejecutar programas pequeños rápidamente. El resultado fue BASIC (Beginner's All-purpose Symbolic Instruction Code, código simbólico de propósito general para principiantes), un lenguaje sencillo que permitía ejecutar instrucciones sencillas tras ser introducidas, o almacenarlas para formar un programa complejo.

Su simplicidad le hizo mantener el terreno ante lenguajes más modernos y avanzados (como Pascal, creado en 1968, o C, creado en 1970). Y cuando aparecieron los primeros microordenadores a mediados de los 70, BASIC fue incorporado en la mayoría de ellos (principalmente por su sencillez y por la poca cantidad de memoria que requería). Así, en los años 80, prácticamente todos los ordenadores de 8 bits, y muchos de 16 bits, se vendían con el lenguaje BASIC en la memoria ROM. Muchos de los que hoy en día nos dedicamos a la programación o a la ingeniería del software dimos nuestros primeros pasos con una de esas máquinas.

Entrados ya los años 90, Microsoft, que había sido fundada precisamente para vender un intérprete BASIC, lanzó una nueva versión del lenguaje que, además, permitía crear interfaces gráficas de usuario con extremada facilidad: Visual Basic. Es esta nueva variante del lenguaje la que le ha permitido llegar al siglo XXI y gozar aún de buena salud, a sus 50 años.

Atrás han quedado los años en los que, si necesitábamos que el ordenador hiciera algo, teníamos que escribir un programa. Ahora basta con descargar una app. Pero eso no nos debe hacer olvidar esa época en la que BASIC sirvió para que mucha gente se acercara a esas misteriosas máquinas llamadas ordenadores. Sólo por eso, tiene un merecido puesto en la Historia de la Informática.

sábado, 5 de julio de 2014

El derecho al olvido: una forma de censura

Uno de los temas que más tinta (electrónica) ha hecho correr en las últimas semanas es el llamado derecho al olvido. Este consiste, en palabras llanas, en el derecho de cualquier ciudadano a que se "olvide" (en otras palabras, que dejen de publicarse) hechos pasados que han dejado de ser ciertos. En base al citado derecho, el Tribunal Supremo de la Unión Europea dictó hace pocos meses una sentencia en la que obligaba a los motores de búsqueda en Internet (como Google) a retirar enlaces a artículos y textos cuando el afectado hiciera la petición oportuna. Esta semana, Google ha comenzado a cumplir las primeras solicitudes.

Creo que hay un gran número de equívocos en todo este asunto. Para empezar, la sentencia indica que el interesado debe presentar una solicitud a cada uno de los buscadores. Son cuatro los buscadores más usados (Google, Bing, Yahoo y Ask.com), y decenas los menos conocidos. Es de suponer, por tanto, que nunca seamos capaces de solicitar el olvido a todos los buscadores existentes. Pero, si el objetivo es evitar que periodistas y departamentos de recursos humanos husmeen en nuestro pasado, ¿realmente sirve esto de algo? ¿Cuánto tardarán los investigadores en comenzar a usar buscadores desconocidos por el público, si no lo hacen ya?

También conviene preguntarse qué criterios siguen los buscadores para aceptar o rechazar una petición, o cómo se comprueba que la petición es legítima y proviene realmente del interesado. No es difícil imaginar escenarios en los que alguien intente ocultar un artículo perfectamente legítimo basándose en que contiene insultos o descalificaciones a un tercero.

Y todo esto sin olvidar que la sentencia afecta únicamente a los buscadores: nada dice, por supuesto, de la retirada de los artículos originales, ya que podría enfurecer a la prensa. Y con razón: sería un flagrante ataque a la libertad de prensa. Pero si el artículo original sigue estando disponible en la web de un diario digital, por ejemplo, nada nos impedirá encontrarlo usando su buscador local. Vuelta a la casilla de salida.

Pero, más allá de todo esto, hay un problema ético de fondo: el derecho a la información. Como ciudadanos, tenemos derecho a tener información objetiva (o, al menos, a conocer puntos de vista complementarios). La ejecución de esta sentencia vulnera este derecho, y nos priva (aunque sea parcialmente) del acceso a esa información. De forma peligrosamente parecida a cómo el gobierno chino obliga a los buscadores a bloquear informaciones contrarias al régimen.

Estoy plenamente convencido de que Internet está provocando un segundo renacimiento cultural, sólo comparable al producido por la invención de la imprenta hace cinco siglos. En nuestras manos está el enfrentarnos a este nuevo tiempo, el decidir qué vamos a hacer, y cómo queremos que sea el mundo a partir de ahora.