En las elecciones de ayer, el sueco Pirat Partiet (Partido Pirata) ha conseguido un escaño al Parlamento Europeo. Al margen de otras interpretaciones (que pueden hacerse, y de seguro habrá quién las hará), la más evidente es que hay un porcentaje de electores lo suficientemente molestos con la forma actual de gestionar los derechos de autor como para elegir su voto en función de este tema, y dejar a un lado cuestiones aparentemente más importantes.
El problema estriba en que la forma en que se gestionan los derechos de autor data de acuerdos internacionales firmados a finales del Siglo XIX, y que las sociedades de autor actuales fueron creadas para proteger a los artistas frente a la industria discográfica de la primera mitad del Siglo XX. Naturalmente, todo esto ha sido válido hasta hace diez años. En esta última década, Internet ha venido a cambiarlo todo. Es absolutamente necesario que los artistas sigan cobrando por su trabajo, por supuesto. Pero hay que encontrar fórmulas más acordes con el momento. El cobro por copia tiene sentido cuando un disco sólo puede ser presionado en las fábricas de una de las cuatro grandes discográficas (y por tanto todos los fabricantes lo hacen con ánimo comercial); pero deja de tenerlo cuando obtener una copia de una canción es tan fácil y barato como copiar un archivo (sin ánimo de lucro en la mayor parte de las ocasiones).
Y me temo que aquí es donde está el problema. La gente percibe que algo no va bien, que los argumentos de siempre están desfasados. Y esto es lo que ha hecho que tánta gente vote al Partido Pirata.
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