La noticia saltó la semana pasada. Amazon borró dos libros digitales de los lectores electrónicos Kindle de sus clientes porque, supuestamente, la editorial que los comercializaba no había obtenido los derechos correspondientes para el mercado norteamericano. El que los libros fueran, precisamente, 1984 y Rebelión en la Granja de George Orwell, no hizo sino disparar las conspiranoyas de la gente. El tema ha sido tan sonado que el propio fundador y presidente de Amazon, Jeff Bezzos, ha considerado necesario dar la cara y pedir perdón públicamente.
El problema no es que Amazon borrase esos dos libros. No. El problema, más de fondo, es que tenía todo el derecho para hacerlo. No es sólo que su plataforma, el lector electrónico Kindle, permita eliminar físicamente archivos adquiridos por el usuario. También, los términos bajo los que el usuario adquiere dichos archivos permiten a Amazon hacerlo legalmente.
Es la vieja historia del control de derechos digitales (más conocido por sus siglas en inglés, DRM). Está diseñado a medida de las grandes distribuidoras. Por un lado, técnicamente, bloquea el contenido para que sólo podamos hacer con él lo que las distribuidoras consideran adecuado (a sus intereses, al menos). Por otro, legalmente, consiste en una cesión de derechos, que las distribuidoras pueden revocar en cualquier momento unilateralmente. En la práctica, esto significa que no compramos el contenido. En el mejor de los casos, lo alquilamos por tiempo ilimitado. Y muy pocas empresas lo indican claramente al consumidor.
El ejemplo más claro es el de los servicios de música por suscripción. Por una razonable cifra de 5 o 10 Euros al mes, podemos descargar a nuestra colección toda la música que queramos. Pero si dejamos de pagar la cuota, los miles de canciones que tan trabajosamente nos hemos descargado dejan de funcionar. Y aún en las modalidades de venta más tradicionales hay riesgo de perderlo todo: cuando Microsoft decidió cerrar su servicio MSN Music, todos los usuarios que habían adquirido música en ese portal perdieron sus colecciones completas. Ocho cuartos de lo mismo sucedería en el caso de que Apple diera de quiebra: todas las canciones de iTunes adquiridas con protección quedarían huérfanas.
La solución, por supuesto, pasa por adquirir siempre medios (música, vídeos, libros, etc.) en formatos estándar y sin sistemas de protección. En ese caso, estamos seguros de que el archivo continuará funcionando siempre que tengamos un reproductor o visor que soporte el formato, con independencia de los caprichos o devenires de la empresa que nos lo vendió.
El problema es que, hoy por hoy, hay pocos servicios que ofrezcan esta modalidad, y, hasta donde yo sé, ninguno opera en España. Amazon vende toda su música en formato MP3, pero su servicio sólo está disponible en Estados Unidos. Por su parte, Apple también permite comprar música en formato AAC de alta calidad y sin protección, en un servicio que, en este caso, sí está disponible en España.
En cuanto a libros, las pocas editoriales que ofrecen versiones electrónicas de sus publicaciones en formato PDF, lo hacen a precios muy similares a las ediciones en papel, obviando la evidente reducción de costes de manufactura y logística que suponen. Y los que, como Amazon, ofrecen libros a precios razonables, lo hacen en formatos propietarios y con protección de derechos.
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